English Site
back
05 / 06

¿Cómo Cristo puede ser el único camino a Dios?

Summary

Este artículo es un intento riguroso para dar respuesta al problema del destino de los no evangelizados y al desafío del pluralismo religioso.

Introducción

Recientemente estuve impartiendo una conferencia sobre la existencia de Dios en una de las principales universidades canadienses. Después de mi charla, una señora un poco enojada escribió en su tarjeta de comentarios: “Estuve prestando atención hasta que usted comenzó a hablar de los asuntos referentes a Jesús. Dios no es el Dios de cristianismo”.

Esa actitud es prevalente en la cultura occidental actual. La mayoría de las personas están felices de estar de acuerdo con que Dios existe; pero en nuestra sociedad pluralista se ha convertido en algo políticamente incorrecto afirmar que Dios se ha revelado decisivamente en Jesús.

Y, sin embargo, eso es exactamente lo que el Nuevo Testamento enseña de manera clara. Consideremos las cartas del apóstol Pablo, por ejemplo. Él invita a sus conversos gentiles a recordar sus días antes de ser cristianos: "recordad que en ese tiempo estabais separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa, sin tener esperanza, y sin Dios en el mundo" (Efesios 2.12). Ese también es el peso de los capítulos de apertura de su carta a los romanos para demostrar que esa condición desolada es la situación general de la humanidad. Pablo explica que el poder y la deidad de Dios se revelan a través del orden creado que existe a nuestro alrededor, de modo que los hombres no tienen excusa (Romanos 1.20) y que Dios ha escrito Su ley moral en los corazones de todos los hombres, de modo que ellos son moralmente responsables ante Él (Romanos 2.15). Aunque Dios ofrece vida eterna a todos los que responden de manera apropiada a la revelación general de Dios que se encuentra en la naturaleza y la conciencia (Romanos 2.7), el triste hecho es que, en vez de adorar y servir a su Creador, las personas ignoran a Dios y quebrantan su ley moral (Romanos 1.21- 32). La conclusión: todos los hombres están bajo el poder del pecado (Romanos 3.9-12). Peor aún, Pablo continúa explicando que nadie puede redimirse por medio de vivir justamente (Romanos 3.19-20). Sin embargo, afortunadamente, Dios ha provisto un medio de escape: Jesucristo murió por los pecados de la humanidad, satisfaciendo así las exigencias de la justicia de Dios y permitiendo la reconciliación con Dios (Romanos 3.21-6). Por medio de su muerte expiatoria, la salvación está disponible como un regalo para que se reciba por fe.

La lógica del Nuevo Testamento es clara: la universalidad del pecado y la unicidad de la muerte expiatoria de Cristo implican que no hay salvación aparte de Cristo. Como proclamaron los apóstoles: "Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en el cual podamos ser salvos" (Hechos 4.12).

Esa doctrina particularista fue tan escandalosa en el mundo politeísta del Imperio Romano como lo es ahora en la cultura occidental contemporánea. Los cristianos primitivos, por lo tanto, a menudo fueron sometidos a grave persecución, tortura y muerte porque se rehusaban adoptar un enfoque pluralista que tenían las religiones. Con el tiempo, sin embargo, a medida que el cristianismo creció y suplantó a las religiones de Grecia y Roma y se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano, el escándalo se esfumó. De hecho, para los pensadores medievales como Agustín y Aquino, una de las marcas de la verdadera Iglesia era su catolicidad, es decir, su universalidad. Para ellos, parecía increíble que el gran edificio de la Iglesia cristiana, que llenando todas las civilizaciones, se haya fundado en una falsedad.

El deceso de esa doctrina vino con la llamada "Expansión de Europa", la cual se refiere a los tres siglos de exploración y descubrimiento que comenzó alrededor de 1450 y concluyó en 1750. A través de los viajes y navegaciones de hombres como Marco Polo, Cristóbal Colón y Fernando de Magallanes, se descubrieron nuevas civilizaciones y mundos completamente nuevos, los cuales no conocían nada de la fe cristiana. La comprensión de que una gran parte del mundo estaba fuera de los límites del cristianismo tuvo un doble impacto en el pensamiento religioso de las personas. En primer lugar, se tenía la tendencia a relativizar las creencias religiosas. Se consideraba que, lejos de ser la religión universal de la humanidad, el cristianismo estaba limitado en gran parte a Europa occidental, un rinconcito del mundo entero. Parecía que ninguna religión, en particular, podía hacer la declaración de tener una validez universal; cada sociedad parecía tener su propia religión, adecuada a sus necesidades peculiares. En segundo lugar, esa compresión hizo que la afirmación del cristianismo de ser el único camino de salvación pareciese estrecha y cruel. Los racionalistas de la Ilustración como Voltaire se burlaban de los cristianos de su época por el potencial de que millones de chinos serían condenados a ir al infierno por no haber creído en Cristo, cuando ni siquiera habían oído hablar de Cristo. En nuestros días, la afluencia a las naciones occidentales de inmigrantes de las antiguas colonias y los avances en las telecomunicaciones que han servido para reducir el mundo a una aldea global, han logrado que se aumente nuestra consciencia de la diversidad religiosa que existe en la humanidad. Como resultado, el pluralismo religioso, una vez más, se ha convertido hoy en día en la sabiduría convencional.

El problema que plantea la diversidad religiosa

Pero ¿exactamente cuál está supuesto a ser el problema planteado por la diversidad religiosa de la humanidad? ¿Y para quién se supone que esto sea un problema? Cuando uno lee la literatura sobre ese problema, el reto recurrente parece estar puesto en el umbral de la puerta (o a un paso) del particularista cristiano. El fenómeno de la diversidad religiosa considera insinuar la verdad del pluralismo, y el debate principal luego pasa a la pregunta de cuál es la forma más plausible de pluralismo. Pero ¿por qué pensar que el particularismo cristiano es insostenible frente a la diversidad religiosa? ¿Cuál parece ser exactamente el problema?

Cuando uno examina los argumentos a favor del pluralismo, uno encuentra que muchos de ellos son casi ejemplos de manuales (básico) de falacias lógicas. Por ejemplo, se afirma con frecuencia que defender cualquier doctrina del particularismo religioso es arrogante e inmoral ya que uno, entonces, debe considerar que todas las personas que están en desacuerdo con la religión de uno están equivocadas. Eso parece ser un ejemplo de manual de la falacia lógica conocida como el argumento ad hominem (ataque personal), la cual trata de invalidar una posición al atacar el carácter de las personas que sostienen esa posición. Ella se considera ser una falacia porque la verdad de una posición es independiente de las cualidades morales de las personas que creen en ella. Incluso si todos los particularistas cristianos fuesen arrogantes e inmorales, eso no haría nada para demostrar que su perspectiva es falsa. No sólo eso, sino ¿por qué pensar que la arrogancia y la inmoralidad son condiciones necesarias para que una persona sea particularista? Supongamos que he hecho todo lo posible para descubrir la verdad religiosa sobre la realidad y estoy convencido de que el cristianismo es verdadero y, pues, adopto humildemente la fe cristiana como un don inmerecido de Dios. ¿Soy, pues, arrogante e inmoral por creer lo que sinceramente pienso que es verdadero? Por último, e incluso más fundamental, esa objeción es una espada de doble filo, ya que el pluralista también cree que su visión es correcta y que todos los que se apegan a las tradiciones religiosas particularistas están equivocados. Por lo tanto, si creer en una visión con la cual muchos otros no están de acuerdo significa ser arrogante e inmoral, entonces el pluralista mismo sería condenado por ser arrogante e inmoral.

O para dar otro ejemplo, con frecuencia se alega que el particularismo cristiano no puede ser correcto porque las creencias religiosas son relativas a la cultura. Por ejemplo, si un creyente cristiano hubiese nacido en Pakistán, probablemente hubiese sido musulmán. Por lo tanto, su creencia en el cristianismo no es verdadera ni justificada. Pero esto, nuevamente, parece ser un ejemplo de manual de lo que se llama la falacia genética. Aquí se trata de invalidar una posición al criticar la forma en que una persona llegó a creer en esa posición. El hecho de que las creencias de una persona dependen de dónde y cuándo esa persona haya nacido no tiene relevancia alguna para la verdad de esas creencias. Si usted hubiese nacido en la antigua Grecia, probablemente usted hubiera creído que el sol orbitaba la Tierra. ¿Eso implica que la creencia suya de que la Tierra orbita el sol es, por lo tanto, falsa o injustificada? ¡Evidentemente no! Y, una vez más, el pluralista se quita su propio apoyo: pues si el pluralista hubiese nacido en Pakistán, entonces es muy probable que él hubiese sido un particularista religioso. Por lo tanto, en su propio análisis, su pluralismo no es meramente el producto de haber nacido en la sociedad occidental al finales del siglo XX y, por lo tanto, es falso o injustificado.

Por lo tanto, algunos de los argumentos contra el particularismo cristiano que a menudo se encuentran en la literatura tienden a ser poco impresionantes. Ellos realmente no son el problema. Sin embargo, encuentro que cuando esas objeciones son respondidas por los defensores del particularismo cristiano, entonces tiende a surgir el verdadero problema. Y ese problema, encuentro yo, tiene que ver con el destino de los no creyentes fuera de la propia tradición religiosa particular que uno tiene. El particularismo cristiano manda a esas personas al infierno, lo cual los pluralistas consideran ser algo inaceptable.

Pero ¿cuál exactamente se supone que sea el problema aquí? ¿Cuál es la dificultad de creer que la salvación está disponible únicamente por medio de Cristo? ¿Se supone que eso simplemente sea la afirmación de que un Dios amoroso no mandaría a las personas al infierno? No creo que ese sea el problema. La Biblia dice que Dios quiere la salvación de todos los seres humanos. El Señor no quiere “que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento" (2 Pedro 3.9). O, nuevamente, él "quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2.4). Además Dios habla por medio del profeta Ezequiel:

¿Acaso me complazco yo en la muerte del impío —declara el Señor Dios— y no en que se aparte de sus caminos y viva? Pues yo no me complazco en la muerte de nadie—declara el Señor Dios—. Arrepentíos y vivid. Diles: “Vivo yo” —declara el Señor Dios— “que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos. ¿Por qué habéis de morir?” (Ezequiel 18. 23,32; 33.11).

Aquí Dios literalmente les suplica a las personas que se alejen de su curso de acción autodestructivo y que se salven. Pues, en cierto sentido, el Dios de Biblia no envía a ninguna persona al infierno. Su deseo es que todos sean salvos, y procura atraer a todas las personas hacia Él. Si tomamos una decisión libre y bien informada de rechazar el sacrificio de Cristo por nuestro pecado, entonces Dios no tiene otra opción sino de darnos lo que merecemos. Dios no nos enviará al infierno, sino que nosotros mismos somos los que nos enviaremos. Por lo tanto, nuestro destino eterno está en nuestras propias manos. Es una cuestión de nuestro libre albedrío de dónde pasaremos la eternidad. Los perdidos, entonces, se auto-condenan; ellos se separan de Dios a pesar de la voluntad de Dios y de todos los esfuerzos por salvarlos, y a Dios le duele el hecho de que ellos se pierdan.

Ahora el pluralista puede que admita que dada la libertad humana, Dios no puede garantizar que todas las personas se salven. Algunas personas pudieran condenarse libremente al rechazar la oferta de salvación que Dios hace. Sin embargo, él podría argumentar que sería injusto de parte de Dios condenar a esas personas para siempre, ya que incluso pecados terribles como los que los torturadores nazis cometieron en los campos de exterminio aún solo merecen un castigo finito. Por lo tanto, como máximo el infierno pudiera ser una especie de purgatorio, que sólo dura un período de tiempo apropiado para cada persona antes de que esa persona sea liberada y admitida en el cielo. Con el pasar del tiempo, el infierno se vaciaría y el cielo se llenaría. Por lo tanto, irónicamente, el infierno es incompatible, no tanto con el amor de Dios, sino con su justicia. La objeción acusa a Dios de ser injusto porque el castigo no es lo que merece el crimen.

Pero, una vez más, eso no me parece ser el verdadero problema, ya que la objeción parece estar defectuosa al menos en dos maneras:

(1) La objeción es ambigua entre cada pecado que cometemos y todos los pecados que cometemos. Podríamos estar de acuerdo de que cada pecado individual que comete una persona merece solo un castigo finito. Pero de esto no se deduce que todos los pecados de una persona, considerados en su totalidad, sólo merezcan un castigo finito. Si una persona comete una cantidad infinita de pecados, entonces la suma total de todos esos pecados merece un castigo infinito. Ahora, por supuesto, nadie comete una cantidad infinita de pecados en la vida terrenal. Pero ¿qué acontece en la vida después de la muerte? Siempre y cuando los habitantes del infierno continúen odiando a Dios y rechazándolo, ellos continúan pecando, acumulando así más culpa y más castigo. En un sentido real, entonces, el infierno se auto-perpetúa. En tal caso, cada pecado tiene un castigo finito, pero debido a que el estar pecando continúa para siempre, entonces también lo hace el castigo.

(2) ¿Por qué pensar que cada pecado solamente tiene un castigo finito? Podríamos estar de acuerdo que los pecados como el robo, la mentira, adulterio, etc.,  sólo tienen consecuencias finitas y, por lo tanto, solo merecen un castigo finito. Pero, en cierto sentido, esos pecados no son lo que separan a alguien de Dios, pues, Cristo murió por esos pecados; la pena por esos pecados ya fue pagada. Una persona nada más tiene que aceptar a Cristo como Salvador para ser completamente libre y para ser limpio de esos pecados. Pero el rechazo a aceptar a Cristo y su sacrificio parece ser un pecado de un orden totalmente diferente. Pues ese pecado repudia la provisión de Dios para el pecado y, de esa manera, separa a una persona de una manera decisiva de Dios y Su salvación. Rechazar a Cristo es rechazar al mismo Dios. Y a la luz de quién es Dios, ese es un pecado de infinita gravedad y proporción y, por eso, merece plausiblemente un castigo infinito. Por lo tanto, no deberíamos pensar en el infierno principalmente como castigo por la variedad de pecados de consecuencias finitas que hemos cometido, sino como la paga justa por un pecado de consecuencia infinita. Es decir, por haber rechazado al propio Dios.

Pero tal vez se supone que el problema sea que un Dios amoroso no enviaría a las personas al infierno debido a que estaban desinformadas o mal informadas acerca de Cristo. Nuevamente, este no me parece ser el corazón del problema. Según la Biblia, Dios no juzga a las personas que nunca han oído hablar de Cristo sobre la base de si han puesto su fe en Cristo. Más bien, Dios los juzga a la luz de la revelación general de Dios que se encuentra en la naturaleza y la conciencia que ellos tienen. La oferta de Romanos 2.7 "a los que por la perseverancia en hacer el bien buscan gloria, honor e inmortalidad: vida eterna" es una oferta confiable de salvación. Eso no quiere decir que las personas se puedan salvar aparte de Cristo. Más bien, eso es decir que los beneficios de la muerte expiatoria de Cristo se podrían aplicar a las personas que no tienen un conocimiento consciente de Cristo. Esas personas serían similares a ciertas personas mencionadas en el Antiguo Testamento como Job y Melquisedec, quienes no tenían conocimiento consciente de Cristo y ni siquiera eran miembros de la familia del pacto de Israel. Sin embargo, es evidente que ellos disfrutaban de una relación personal con Dios. De igual manera, podría haber personas como Job en la actualidad viviendo entre ese porcentaje de la población mundial que todavía no han escuchado el Evangelio de Cristo.

Desafortunadamente, el testimonio del Nuevo Testamento, como ya hemos visto, es que las personas generalmente ni siquiera logran alcanzar la altura de estos niveles mucho más bajos de revelación general. Por lo tanto, hay pocas bases para que uno esté optimista acerca de que haya muchos, si es que hay alguno, que se salvarán por medio de su respuesta a la revelación general únicamente. No obstante, el punto que permanece es que la salvación está universalmente accesible para cualquiera que nunca escuche el Evangelio a través de la revelación general de Dios que se encuentra en la naturaleza y la conciencia. Entonces, el problema que plantea la diversidad religiosa no puede ser simplemente que Dios no condene a las personas que están desinformadas o mal informadas sobre Cristo.

Más bien, me parece que el verdadero problema es este: si Dios es omnisciente, entonces Él sabía quién recibiría el Evangelio libremente y quién no. Pero, entonces, surgen varias preguntas muy difíciles:

(i) ¿Por qué Dios no trajo el Evangelio [únicamente] a las personas que Él sabía que lo aceptarían si lo escucharan, a pesar de que esas personas rechacen la luz de la revelación general que sí tienen?

Para ilustrar: imaginemos a un indio norteamericano viviendo antes de la llegada de los misioneros cristianos. Llamémosle “Oso Andante”. Supongamos que cuando Oso Andante mira hacia el cielo por la noche y ve la belleza de la naturaleza a su alrededor, él siente que todo esto ha sido creado por el Gran Espíritu. Además, cuando Oso Andante mira en su propio corazón, siente allí la ley moral, diciéndole que todos los hombres son hermanos creados por el Gran Espíritu y, por lo tanto, se da cuenta de que debemos vivir en amor el uno por el otro. Pero supongamos que en lugar de adorar al Gran Espíritu y vivir en amor por su prójimo, Oso Andante ignora al Gran Espíritu y crea tótems de otros espíritus y que en lugar de amar a su prójimo, vive en egoísmo y crueldad hacia los demás. En tal caso, Oso Andante sería justamente condenado ante Dios por su falta de respuesta a la revelación general de Dios manifestada en la naturaleza y la conciencia. ¡Pero ahora supongamos que si tan solo los misioneros hubiesen llegado, entonces Oso Andante habría llegado a creer en el Evangelio y se habría salvado! En ese caso, su salvación o perdición parece ser el resultado de la mala suerte. Sin que sea su culpa, resultó que él nació en un momento y lugar de la historia en que el Evangelio todavía no estaba disponible. Su condena es justa; pero, ¿permitiría un Dios todo amoroso que el destino eterno de las personas dependa de un accidente histórico y geográfico?

(ii) Más fundamental, ¿por qué Dios creó el mundo, cuando Él sabía que tantas personas no creerían en el Evangelio y se  perderían?

(iii) Incluso más radical, ¿por qué Dios no creó un mundo en el cual todas las personas crean en el Evangelio de manera libre y se salven?

¿Qué se supone que el particularismo cristiano diga en respuesta a estas preguntas? ¿Será que el cristianismo hace que Dios sea cruel y no amoroso?

El Problema Analizado

 

Para poder responder esas preguntas, será útil examinar más de cerca la estructura lógica del problema que tenemos ante nosotros. El pluralista parece estar afirmando que es imposible que Dios sea todopoderoso y todo amoroso y, aún así, existan algunas personas que nunca escuchen el Evangelio y se pierdan. Es decir, las siguientes declaraciones son lógicamente incoherentes:

1. Dios es todopoderoso y todo amoroso.

2. Algunas personas nunca escuchan el Evangelio y se pierden.

Pero ahora tenemos que hacer la pregunta, ¿por qué pensar que las declaraciones (1) y (2) son lógicamente incompatibles? Después de todo, no hay una contradicción explícita entre ellas. Pero si el pluralista está afirmando que las declaraciones (1) y (2) son implícitamente contradictorias, él debe estar suponiendo algunas premisas ocultas que servirían para traer esa contradicción y hacerla explícita. La pregunta es, ¿cuáles son esas premisas ocultas?

Debo decir que nunca he visto en la literatura algún intento por parte de los pluralistas religiosos de identificar esas suposiciones ocultas. Pero intentemos ayudar al pluralista un poco. Me parece que él debe estar suponiendo algo parecido a lo siguiente:

3. Si Dios es todopoderoso, Él puede crear un mundo en el que todas las personas escuchen el Evangelio y se salven de manera libre.

4. Si Dios es todo amoroso, Él prefiere un mundo en el cual todas las personas escuchen el Evangelio y se salven de manera libre.

Dado que, conforme a la declaración (1), Dios es todopoderoso y todo amoroso, se deduce que Él puede crear un mundo de salvación universal y preferir ese mundo. Por lo tanto, ese mundo existe, en contradicción con la declaración (2).

Ahora, ambas premisas ocultas deben ser necesariamente verdaderas si se va a demostrar la incompatibilidad lógica de las declaraciones (1) y (2). Entonces la pregunta es, ¿son estas suposiciones necesariamente verdaderas?

Consideremos la declaración (3). Parece incontrovertible que Dios pueda crear un mundo en el cual todos escuchen el Evangelio. Pero siempre y cuando las personas sean libres, no hay garantía de que todos en ese mundo puedan salvarse de manera libre. De hecho, ¡no hay ninguna razón para pensar que el equilibrio entre los que se salvan y los que se pierden en un mundo así sería mejor que el equilibrio en el mundo real! Es posible que en cualquier mundo de personas libres que Dios pueda crear, algunas personas rechazarían libremente su gracia salvífica y se perderían. Por lo tanto, la declaración (3) no es necesariamente  verdadera, por lo que el argumento del pluralista es falaz.

¿Pero qué hay de la declaración (4)? ¿Es ella necesariamente verdadera? Supongamos, por hipótesis, que hay mundos posibles que son viables para Dios en los que todas las personas escuchan el Evangelio y lo aceptan libremente. ¿El hecho que Dios sea todo amoroso lo motiva a preferir uno de esos mundos sobre un mundo en el que algunas personas se pierdan? ¡No necesariamente! Pues los mundos que conllevan la salvación universal pudieran tener otras deficiencias predominantes que los hacen menos preferibles. Por ejemplo, supongamos que los únicos mundos en los cuales todas las personas crean libremente en el Evangelio y se salven son mundos que tienen solamente un poco de personas, por decir, tres o cuatro. Si Dios fuese a crear más personas, entonces al menos una de ellas habría rechazado libremente su gracia y se habría perdido.  ¿Debe Él preferir uno de esos mundos escasamente poblados sobre un mundo en el que multitudes creerían en el Evangelio y se salven, a pesar de que eso implique que otras personas rechacen libremente Su gracia y se pierdan? Eso está lejos de ser obvio. Siempre y cuando Dios dé suficiente gracia para la salvación a todas las personas que Él cree, Dios no parece ser menos amoroso por preferir un mundo más poblado, aunque eso implique que algunas personas resistirían libremente todos Sus esfuerzos para salvarlas y se condenan. Por lo tanto, la segunda suposición del pluralista tampoco es necesariamente verdadera, por lo que su argumento se revela a ser doblemente falaz.

Entonces ninguna de las suposiciones del pluralista parece ser necesariamente verdadera. A menos que el pluralista pueda sugerir algunas otras premisas, no tenemos razón alguna para pensar que las declaraciones (1) y (2) sean lógicamente incompatibles.

Pero podemos empujar el argumento un poco más, diciendo que podemos demostrar positivamente que es completamente posible que Dios sea todopoderoso y todo amoroso, y que muchas personas nunca escuchan el Evangelio y se pierden. Todo lo que tenemos que hacer es encontrar una declaración posiblemente verdadera que sea compatible con el hecho de que Dios es todopoderoso y todo amoroso y que implica que algunas personas nunca escuchan el Evangelio y se pierden. ¿Se puede formular una declaración como esa? Veamos.

Como un Dios bueno y amoroso, Dios quiere que la mayor cantidad posible de personas se salve y que se pierda la menor cantidad posible. Su objetivo, entonces, es de lograr un equilibrio óptimo entre los que se salvan y los que se pierden, para no crear más de lo necesario de los que se pierden y  obtener una cantidad determinada de lo que se salven. Pero es posible que el mundo real (el cual incluye el futuro, el presente y el pasado) tenga ese equilibrio. Es posible que para poder crear tantas personas que se salvarán, Dios también tuviera que crear esa gran cantidad de personas que se perderán. Es posible que si Dios creara un mundo en el cual menos personas se fuesen al infierno, entonces incluso menos personas se irían al cielo. Es posible que para poder alcanzar una multitud de santos, Dios haya tenido que aceptar una multitud de pecadores.

Se podría presentar la objeción de que un Dios todo amoroso no crearía personas que Él sabría que se perderían, pero que se habrían salvado si hubieran escuchado el Evangelio. Pero ¿cómo sabemos que existen personas como esas? Es razonable suponer que muchas personas que nunca escuchan el Evangelio no habrían creído en el Evangelio, incluso si lo hubiesen escuchado. Supongamos, entonces, que Dios haya ordenado providencialmente el mundo para que todas las personas que nunca escucharan el Evangelio sean precisamente esas personas. En ese caso, cualquier persona que nunca escuche el Evangelio y se pierda, hubiese rechazado el Evangelio y se habría perdido incluso si lo hubiera escuchado. Nadie podría presentarse ante Dios en el Juicio Final y quejarse: "Muy bien, Dios, yo no respondí a tu revelación general manifestada en la naturaleza y en la conciencia. ¡Pero si tan sólo yo hubiese escuchado el Evangelio, te aseguro que habría creído!" Pues Dios dirá: "No, pues yo sabía que incluso si hubieras escuchado el Evangelio, no habrías creído en él". Por lo tanto, mi juicio sobre ti basado en la naturaleza y la conciencia no es injusto ni poco amoroso”.

Por lo tanto, es posible que:

5. Dios ha creado un mundo que tiene un equilibrio óptimo entre los que se salvan y los que se pierden, y aquellos que nunca escuchan el Evangelio y se pierden no habrían creído en él incluso si lo hubiesen escuchado.

Siempre y cuando la declaración (5) sea posiblemente verdadera, ella demuestra que no hay incompatibilidad entre un Dios todopoderoso y todo amoroso y el hecho de que algunas personas nunca escuchan el Evangelio y se pierden.

Sobre esta base, ahora estamos preparados para ofrecer posibles respuestas a las tres preguntas difíciles que motivaron esta investigación. Para tomarlas en un orden inverso:

(i) ¿Por qué Dios no creó un mundo en el cual todas las personas crean libremente en el Evangelio y se salven?

Respuesta: Puede que no sea viable para Dios crear un mundo como ese. Si un mundo como ese fuese factible, Dios lo habría creado. Pero dada Su voluntad de crear criaturas libres, Dios tuvo que aceptar el hecho de que algunos le iban a rechazar libremente a Él y a todos Sus esfuerzos para salvarlos y terminarían perdiéndose.

(ii) ¿Por qué Dios creó el mundo, cuando sabía que una gran cantidad de personas no creerían en el Evangelio y se perderían?

Respuesta: Dios quería compartir Su amor y comunión con las personas creadas. Él sabía que eso significaba que muchas personas lo rechazarían de manera libre y se perderían. Pero Él también sabía que muchos otros recibirían libremente Su gracia y se salvarían. La felicidad y bienaventuranza de aquellos que aceptarían libremente Su amor no deberían ser eliminadas por aquellos que lo rechazarían libremente. A las personas que rechazarían libremente a Dios y Su amor no se les deberían, en efecto, permitir tener un tipo de poder de veto sobre cuáles mundos Dios tiene la libertad de crear. Dios, en Su misericordia, ha ordenado al mundo de manera providencial para que se obtenga un equilibrio óptimo entre los que se salvan y los que se pierden, maximizando la cantidad de aquellos que lo aceptarían libremente y minimizando la cantidad de aquellos que lo rechazarían.

(iii) ¿Por qué Dios no trajo el Evangelio a las personas que Él sabía que lo aceptarían si ellos escucharan el Evangelio, a pesar de que ellos rechazan la luz de la revelación general que ahora tienen?

Respuesta: No hay personas como esas. Dios en Su providencia ha ordenado el mundo de una manera que aquellos que responderían al Evangelio si lo escucharan, en efecto lo van a escuchar. El Dios soberano ha ordenado la historia humana de una manera que a medida que el Evangelio se expande desde la Palestina del primer siglo, Él pone en su camino a las personas que habrían creído en él si lo escuchasen. Una vez que el Evangelio llega a las personas, Dios providencialmente pone allí a las personas que Él sabía que responderían a él si lo escuchasen. En Su amor y misericordia, Dios se asegura que nadie que creería en el Evangelio si lo escuchara nazca en un momento y lugar de la historia donde no lo vaya a escuchar. Aquellos que no responden a la revelación general de Dios en la naturaleza y la conciencia y que nunca escuchen el Evangelio no responderían incluso si llegaran a escucharlo. Por lo tanto, nadie se pierde debido a un accidente histórico o geográfico. Cualquiera que quiera o, incluso, que quiera ser salvo será salvo.

Esas son sólo respuestas posibles a las preguntas que planteamos. Pero siempre y cuando ellas sean tan siquiera posibles, ellas muestran que no hay incompatibilidad entre Dios siendo todopoderoso y todo amoroso, y con el hecho de que algunas personas nunca escuchan el Evangelio y se pierden. Además, esas respuestas son atractivas porque ellas también parecen ser completamente bíblicas. En su discurso al aire libre a los filósofos atenienses reunidos en el Areópago, Pablo declaró:

El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra […] da a todos vida y aliento y todas las cosas; y de uno  hizo todas las naciones del mundo para que habitaran sobre toda la faz de la tierra, habiendo determinado sus tiempos señalados y los límites de su habitación, para que buscaran a Dios, si de alguna manera, palpando, le hallen, aunque no está lejos de ninguno de nosotros (Hechos 17.24-27).

¡Eso suena exactamente como las conclusiones a las cuales yo había llegado a través de una reflexión puramente filosófica sobre la cuestión!

Ahora, el pluralista pueda que conceda la compatibilidad lógica de que Dios es todopoderoso y todo amoroso y que algunas personas nunca escuchan el Evangelio y se pierden, pero insisten en que esos dos hechos son, sin embargo, improbables con respecto a sí mismos. Las personas en general parecen creer en la religión de la cultura en la que fueron criadas. Pero en ese caso, el pluralista puede que argumente que es altamente probable que si muchos de los que nunca escuchan el Evangelio se hubiesen criado en una cultura cristiana, ellos habrían creído en el Evangelio y se habrían salvado. Por lo tanto, la hipótesis que hemos ofrecido es altamente improbable.

Ahora bien, de hecho, sería fantásticamente improbable que solamente por casualidad resulte que todos aquellos que nunca escuchan el Evangelio y se pierden son personas que no habrían creído en el Evangelio incluso si lo hubiesen escuchado. Pero esa no es la hipótesis. La hipótesis es que un Dios providente ha ordenado el mundo de esa manera. Dado un Dios dotado de conocimiento de cómo cada persona respondería libremente a Su gracia en cualquier circunstancia en que Dios le ponga, no es del todo improbable que Dios haya ordenado el mundo de la manera que se describe. Un mundo como ese no parecería exteriormente diferente a un mundo en el que las circunstancias del nacimiento de una persona son una cuestión de casualidad. El particularista puede estar de acuerdo en que las personas generalmente adoptan la religión de su cultura y que si muchos de aquellos que nacieron en culturas no cristianas hubieran nacido en una sociedad cristiana, ellos se habrían convertido nominal o culturalmente en cristianos. Pero eso no quiere decir que habrían sido salvos. Es un hecho empírico simple que no hay características psicológicas o sociológicas distintivas entre personas que se convierten en cristianos y personas que no. No hay manera de predecir con precisión al examinar a una persona si y bajo qué circunstancias esa persona creería en Cristo para la salvación. Dado que un mundo providencialmente ordenado por Dios parecería exteriormente idéntico a un mundo en el que el nacimiento de uno es una cuestión de accidente histórico y geográfico, es difícil ver cómo la hipótesis que he defendido se puede considerar improbable, aparte de una demostración de que la existencia de un Dios dotado de tal conocimiento es improbable. Y no conozco ninguna objeción tan convincente.

En conclusión, entonces, los pluralistas no han podido demostrar que haya ninguna incoherencia lógica en el particularismo cristiano. Por el contrario, hemos podido demostrar que tal posición es lógicamente coherente. Más que eso, creo que dicha visión no sólo es posible, sino que también es plausible. Por lo tanto, el hecho de la diversidad religiosa de la humanidad no socava el Evangelio cristiano el cual dice que la salvación es únicamente por medio de Cristo.

De hecho, para aquellos de nosotros que somos cristianos, creo que lo que he dicho ayuda a poner la perspectiva adecuada respecto a las misiones cristianas: es nuestro deber como cristianos de proclamar el Evangelio a todo el mundo, confiando en que Dios providencialmente ha ordenado las cosas de tal manera que por medio de nosotros el mensaje de las Buenas Nuevas llegará a las personas que Dios sabía que lo aceptarían si lo escucharan. Nuestra compasión hacia aquellos en otras religiones del mundo se expresa, no pretendiendo que ellos no están perdidos sin Cristo, sino apoyando y haciendo todos los esfuerzos para comunicarles el mensaje de vida de Cristo.

Y para ustedes que todavía no son cristianos, ustedes necesitan hacerse las siguientes preguntas: ¿estoy aquí hoy simplemente por accidente?, ¿es sólo por casualidad que he escuchado este mensaje?, ¿no hay ningún propósito o razón por el cual estoy aquí? ¿O podría ser que Dios en Su providencia me ha atraído aquí, por mi propio libre albedrío, para que yo escuchara el mensaje de las Buenas Nuevas de Su amor y perdón que Él me extiende a través de Cristo? Si es así, entonces ¿cómo responderé? Él me ha dado una oportunidad; ¿Me aprovecharé de ella o le daré la espalda a Él una vez más y le dejaré fuera de mi vida? La decisión es tuya.