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La Pasión de Jesús

Summary

Este artículo examina lo que sabemos del relato de la Pasión de Jesús.

No cabe duda de que, a medida que nos acercamos a la Pascua [Semana Santa], el rosto de Jesús aparecerá en la cubierta de muchas revistas semanales. El éxito inesperado de la película de Mel Gibson “La Pasión de Cristo” ha causado que surja una tempestad de controversias que ha llenado las trasmisiones radiales y televisivas de entrevistas, programas de debate y documentales. Todo ese furor plantea la pregunta: ¿quién realmente fue Jesús de Nazaret? ¿Fue él el Dios encarnado, como creen los cristianos? ¿O tendrían razón algunos críticos radicales al afirmar que Jesús fue un tipo de provocador social, el equivalente judía a un filósofo cínico griego?

Críticos bíblicos revisionistas, como John Dominic Crossan, Marcus Borg y Paula Frederickson, quienes fueron entrevistados en el programa especial de la cadena NBC titulado “Los últimos días de Jesús”, argumentan que los acontecimientos verdaderos de la Pasión de Jesús fueron significativamente diferentes de los presentados en la película de Mel Gibson. No hay duda que en cierto sentido eso es verdad. Gibson añadió a su película no solamente una gran dosis de interpretaciones artística, sino también otra buena dosis de la tradición católica que trasciende los límites de la historia, como por ejemplo el velo de la Verónica, la participación de María en los eventos de la Pasión y la escena imitativa de la Pietá (La Piedad de Miguel Ángel), cuando el cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz.

Sin embargo, esas no son las razones que preocupan a los críticos revisionistas. Más bien, ellos alegan que los propios evangelios son históricamente imprecisos en lo que trata con presentar la crucifixión de Jesús como una acción instigada por los principales sacerdotes judíos y simplemente llevada a cabo por las autoridades militares romanas. Los críticos revisionistas defienden que, en último análisis, son las autoridades romanas y no las judías las que han de ser culpadas por la crucifixión de Jesús. Ellos señalan que había grandes disturbios en Palestina bajo el dominio romano y que, con centenas de millares de visitantes en Jerusalén para la celebración de la Pascua, las autoridades romanas debían estar ansiosas por mantener la paz pública. Los nervios de ellos debieron haber estado tensos. Fuentes extra-bíblicas describen a Pilato como un hombre cruel y despiadado, quien no vacilaría en lanzar a los saldados contra el pueblo con tal de mantener el orden. El sacerdocio del Templo colaboraba con Roma y básicamente estaba en confabulación con Pilato para mantener las cosas bajo control.

Los críticos revisionistas interpretan la purificación del Templo realizada por Jesús como un ataque simbólico al propio Templo. Así que Jesús no estaba solamente perturbando la paz, sino que el sacerdocio judaico sintió que la autoridad de ellos estaba siendo amenazada por las acciones de Jesús. Pilato estaba presto a hacer caer violentamente el puño [sobre el pueblo] para preservar el orden público, lo que resultaría en una gran pérdida de vidas inocentes. Entonces el sumo sacerdote Caifás, quien, de alguna forma sintió que su autoridad estaba siendo amenazada por Jesús, decidió entregar a Jesús a Pilato para no dejar que el pueblo fuese asesinado por una medida represiva de parte Roma. Por lo tanto, la responsabilidad por la crucifixión de Jesús está realmente bajo los pies de las autoridades romanas, no de las autoridades judías, como dicen los Evangelios.


Ahora bien, cuando se examinan las alegaciones de los críticos revisionistas, es importante que no perdamos la perspectiva total por causa de los detalles: lo que es notable aquí es el grado de concordancia acerca de los acontecimientos de la Pasión de Jesús. Incluso los críticos escépticos confirman los acontecimientos centrales de la Pasión de Jesús: su entrada triunfal en Jerusalén montado en un burrito como heraldo del Reino de Dios, para el cumplimiento de la profecía de Zacarías; la acción perturbadora de Jesús en el Templo, expulsando los cambistas y sus animales; la participación de las autoridades judaicas en el arresto y juicio (o su audiencia) ante ellos; Jesús siendo entregado a Pilato bajo la acusación de sedición; y Pilato condenando Jesús a ser crucificado como el presunto Rey de los Judíos. El testimonio de la credibilidad histórica de los Evangelios es tan espantoso que hasta los críticos escépticos se encuentran convencidos por las evidencias a admitir la historicidad del bosquejo fundamental de la Pasión y muerte de Jesús. Para ellos, el punto principal de contención tiene que ver con la duda sobre si fueron las autoridades judías o las romanas que fueron los responsables principales por la muerte de Jesús.

Ahora, talvez en este punto algunos de ustedes pudieran estar pensando: ¿a quien le importa? Los críticos tradicionalistas y revisionistas por igual están de acuerdo con los principales acontecimientos de la Pasión de Jesús. ¡Es inútil tratar de culparse los unos a los otros! De hecho, talvez se podría sospechar que todo este debate sea instigado por nada más que una visión políticamente correcta. Después de todo, hay una motivación muy fuerte hacia el revisionismo: es decir, un deseo totalmente encomiable de repudiar la fea historia del anti-semitismo que siempre ha caracterizado a la Iglesia Cristiana. Por lo tanto, hay una gran sospecha, pienso yo, para exonerar todo ese revisionismo meramente como producto de un deseo políticamente correcto para absolver a las autoridades judaicas lo más posible. Los romanos simplemente se convierten en el obvio “chivo expiatorio”. A fin de cuenta, hoy no hay ningún romano por ahí para protestar contra ser acusado de culpa por la crucifixión. Es por eso que vemos en el especial de la cadena NBC hasta a eruditos conservadores como Craig Evans decir: “Los romanos crucificaron a Jesús”. ¿Qué? ¿Tenemos que culpar a todos los romanos por la crucifixión de Jesús? ¿Cícero crucificó a Jesús? ¿Tácito crucificó a Jesús? Esto es pintar un cuadro con un pincel tan largo como que alguien sin precaución alguna pudiera decir: “Los judíos mataron a Jesús”. Pero, nuevamente, debido a que ya no hay romanos alrededor, no se levanta ninguna voz de protesta y los romanos tranquilamente asumen la culpa.


Estoy de acuerdo de que hay una gran dosis de corrección política dirigiendo el debate. Pero si ustedes piensan que esa es toda la historia, entonces están seriamente equivocados. Aquí, hay muchos más en juego que lo que se ve a primera vista. Lo que muchos de ustedes no perciben es que el relato revisionista de la Pasión es sólo parte de un cuadro revisionista mucho más amplio sobre Jesús, el cual los críticos escépticos intentan presentar. Como pueden ver, los críticos escépticos rechazan la imagen de Jesús presentada por los Evangelios. Los Evangelios presentan a Jesús como un hombre que afirmaba ser el Hijo de Dios y el divino Hijo del Hombre, quien se consideraba ser el Mesías judío prometido. Según John Dominic Crossan, Jesús era simplemente una especie de crítico social, el equivalente judaico a un filósofo cínico griego. Marcus Borg dice que Jesús era un místico religioso multicultural que defendía los derechos de las mujeres y de los pobres contra la clase religiosa dominante y opresiva. El Jesús sobrenatural sobre quien leemos en los Evangelios es un mito, producto de la teología y de la legenda.

Ahora, uno de los mayores problemas con esa visión revisionista de Jesús es el hecho de su crucifixión. Todos concuerdan con que Jesús de Nazaret terminó en una cruz. De hecho, la crítica revisionista, Paula Frederickson, afirma que la crucifixión de Jesús es el “único hecho consistente que tenemos sobre Jesús”. Pero si Jesús fue un campesino, un filósofo cínico, sólo un agitador liberal social, como alegan los revisionistas, entonces la crucifixión se convierte en algo inexplicable. Como escribió el profesor Leander Keck de la Universidad Yale: “La idea de que ese cínico judío (y sus docenas de hippies), con su comportamiento y aforismos, era una grave amenaza a la sociedad suena más como una presunción de académicos alienados que de un sólido juicio histórico”. John Meier, especialista en el Nuevo Testamento, es igualmente directo. Él dice que un Jesús así “no habría supuesto una amenaza para nadie, como tampoco son una amenaza los profesores de universidad que crean esa imagen de él”. De modo que los críticos revisionistas crearon un Jesús que corre el riesgo de ser incompatible con el único hecho irrefutable respecto a él, es decir, su crucifixión.

Es a la luz de ese problema que los relatos revisionistas de la Pasión de Jesús deben ser analizados. Básicamente, la manera como los revisionistas explican la Pasión es intentando mostrar cómo es posible llevar a la cruz (donde todos admiten que él terminó) a un Jesús no mesiánico ni divino. La manera de hacer eso es: imagínense un escenario en ese año donde había una tensión irritante en Jerusalén a punto de desatar durante la Pascua. El menor disturbio pudiera hacer estallar esos eventos. Pilato está listo abatir con manos duras a cualquier persona que perturbase la paz. Fue eso lo que Jesús hizo y eso ocasionó que fuese entregado a las autoridades romanas, las cuales lo crucificaron como un ejemplo público de lo que acontecería a los incitadores de problemas.

A primera vista, eso parece ser un escenario plausible. Pero los escenarios plausibles siempre deben ser comprobados por las evidencias. Y, cuando pedimos que se presenten las evidencias del escenario revisionista, lo más chocante es la casi ausencia total de ellas. Ese panorama se basa casi enteramente en intuiciones y conjeturas sobre qué sería probable esperar que aconteciese. De modo que en el especial de NBC, escuchamos a Paula Frederickson hablar sobre lo que ella, “en mi imaginación de historiadora”, piensa que debió haber acontecido. Crossan dice: “Me puedo imaginar una orden en pie entre Pilato y Caifás” de arrestar a cualquier persona que quebrantase la ley. Y, de esa manera, se nos brinda todas las clases de especulaciones imaginativas sobre las tensiones que había en la multitud, sobre el carácter y el estado de ánimo de Pilato, e incluso sobre lo que Caifás estaba pensando.

¡Eso es muy extraordinario! Así no es que se hace historia. Si la historia pudiese ser escrita con base en intuiciones y suposiciones (conjeturas), los historiadores estarían fuera de trabajo. La vida no es siempre limpia y organizada, con frecuencia el curso de los acontecimientos oscilará en direcciones inesperadas y las personas nos sorprenden a veces actuando de maneras aparentemente fuera de carácter. Es por eso que las imágenes que los historiadores trazan del pasado siempre deben ser guiadas por las evidencias y no por lo que pensamos que pudiera haber acontecido. Ciertamente, la imaginación juega un papel importante en la reconstrucción de la historia, pero la imaginación siempre tiene que ser examinada o comprobada por las evidencias.

Entonces, ¿cómo el escenario revisionista coincide con las evidencias? Pues, no tan bien.

Consideremos, por ejemplo, las conjeturas o suposiciones cruciales referentes a la situación o tensión irritante que estaba a punto de desatarse en Jerusalén durante la Pascua de ese año, de manera que la menor perturbación haría que las autoridades usaran manos duras, incluso contra las personas más inocentes. John Dominic Crossan dice: “Cualquier cosa causaría una revolución. Uno se puede imaginar a Pilato diciendo: ‘¡Si alguna cosa se mueve, crucifíquenla!’” Pero, ¿las evidencias apoyan esa especulación? Es todo lo contrario. La entrada triunfal y provocativa de Jesús a Jerusalén al principio de la semana, cumpliendo la profecía mesiánica de Zacarías 9.9, durante la cual él fue aclamado por la multitud como inaugurando el Reino de David, no provocó ni un “pio” de parte de las autoridades romanas. Después de mirar alrededor, Jesús comenzó a caminar hacia Betania, donde pasó la noche. Al día siguiente, cuando Jesús alborotó el comercio en el Templo, ninguna tropa romana entró en acción, ni nadie lo arrestó. Tampoco el día siguiente las autoridades romanas se movilizaron contra él. Jesús continuó enseñando diariamente en el Templo, regresando sin ser perturbado todas las tardes a las periferias de Betania, donde pasaba las noches con sus discípulos. La idea de que las autoridades romanas veían a Jesús como una grave amenaza a la paz, al punto que causaría que las autoridades se movilizaran contra él, contradice el comportamiento real de ellas. De hecho, meterse en los asuntos judaicos, arrestando a un maestro popular, pudiera haber creado más disturbios que simplemente dejarlo solo, como en efecto hicieron esas autoridades.

Además, no hay razón para pensar que la acción de Jesús en el Templo haya sido un ataque contra el proprio Templo, sino más bien como lo que los Evangelios describen: una purificación o limpieza del Templo. En los días después de su acción, Jesús no habló contra el Templo en sí, sino que continuó enseñando allá diariamente. Y, después de su muerte, sus seguidores continuaron adorando en el Templo como los demás judíos.

¿Qué podemos decir en cuanto al arresto de Jesús? Las evidencias apoyan con unanimidad la conclusión de que Jesús fue traicionado y entregado en las manos de las autoridades judías. Éste es un hecho no sólo atestado en los cuatro Evangelios, sino también en la extremadamente temprana información transmitida por Pablo (1Co 11.23). Las autoridades judías, no las romanas, fueron quienes se sintieron amenazadas por la persona y enseñanzas de Jesús y, por eso, querían matarlo. Tampoco esa decisión alcanzada durante la Pascua fue una decisión tomada a último minuto. Según las dos fuentes independientes, el complot para deshacerse de Jesús se venía configurando entre los líderes judíos desde algún tiempo (Marcos 3.6; Juan 5.18). Tanto el historiador Flavio Josefo como el Talmud Babilónico dan testimonio de la iniciativa de las autoridades judías en el juicio de Jesús. El Talmud (Sanedrín 43a) justifica la búsqueda de su ejecución como una acción apropiada tomada contra un hereje.

En su juicio ante el Sanedrín, Jesús fue sentenciado a muerte por haber blasfemado. Cito:

 

 

Poniéndose de pie en el medio, el sumo sacerdote interrogó a Jesús: […] ¿Eres el Cristo, el Hijo del Bendito? […] ‘Sí, yo soy’ —dijo Jesús—. ‘Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo’. ¿Para qué necesitamos más testigos? —dijo el sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras—. ¡Ustedes han oído la blasfemia! ¿Qué les parece? Todos ellos lo condenaron como digno de muerte. (Marcos 14:60-64, NVI)

 

Con esas palabras, Jesús afirma ser el Hijo de Dios y el apocalíptico Hijo del Hombre, viniendo en las nubes del cielo para juzgar, una cita tomada de Daniel 7. Especialmente blasfemo a los oídos de los judíos habría sonado su afirmación de sentarse a la derecha de Dios. A los revisionistas no les gusta esa imagen de Jesús. Pero, como ha argumentado Robert Gundry, erudito del Evangelio de Marcos, un relato tan sutil como un caso de blasfemia capital en un ambiente judío no puede ser una invención posterior.

Como el Sanedrín no tenía autoridad para ejecutar la pena capital, de alguna manera se tenía que convencer las autoridades romanas para que ejecutaran a Jesús. A los oídos romanos, la alegación de Jesús de ser el Mesías o el Rey de Israel sería entendida como sediciosa y, por lo tanto, los principales sacerdotes le atribuyeron [a Jesús] el papel de rebelde político ante Pilato. Los revisionistas reclaman que la imagen de Pilato que los Evangelios describen, como un líder débil y vacilante, es contraria a lo que sabemos por fuentes extra-bíblicas de que era una persona de carácter cruel. Sin embargo, mientras la película de Mel Gibson puede que tenga un poco de culpa en esto, el Pilato de quien leemos en los relatos de los Evangelios no es débil ni vacilante; lo que él demuestra no es debilidad, sino su característica de ser terco contra a las exigencias judías. Si Jesús no fue arrestado por la iniciativa romana como una amenaza a la paz, sino por iniciativa judía (por razones que eran principalmente judías) entonces Pilato bien pudo resistir el intento de parte de los judíos de lograr que fuesen los romanos los que se deshicieran de él.

Sabemos que Pilato no tenía temor de entrar en conflicto con las autoridades judías — ni tenía temor de ceder cuando pareciese políticamente provechoso. Por ejemplo, Josefo nos cuenta que al llegar a Palestina en 26 d.C., Pilato provocó deliberadamente a los principales sacerdotes al exhibir estandartes con la imagen del emperador en Jerusalén, un acto que su predecesor había evitado cuidadosamente. Las autoridades judías enviaron una delegación a Pilato, la cual apeló por cinco días para que él removiera los estandartes. Al sexto día, Pilato ominosamente ordenó a un destacamento de soldados que entrare en la multitud y le dijo que cuando vieran la señal, sacaran sus espadas. A ese punto, los delegados judíos pusieron sus cuellos a la superficie, optando morir a violar la ley judía. Pilato, al darse cuenta que eso pudiera provocar una rebelión general, cedió y dio órdenes a que se removiesen los estandartes.

Apenas cuatro años más tarde, la acción de Pilato al sentenciar a Jesús sigue ese precedente. Él obstinadamente enfrenta a los líderes judíos hasta que él entiende que puede ocurrir un tumulto (Mateo 27.24). Cuando los principales sacerdotes le hacen una sutil amenaza velada: “Si dejas en libertad a este hombre, no eres amigo del emperador. Cualquiera que pretende ser rey se hace su enemigo” (Juan 19.12), Pilato, a favor de su interés personal, cede y ordena que Jesús sea ejecutado.

Al permitir que la multitud escogiera entre Barrabás y Jesús, Pilato sabía muy bien que el pueblo no se levantará en favor de Jesús. Los revisionistas a veces afirman que el clamor de la multitud pidiendo la libertar Barrabás es inconsistente con la popularidad de Jesús. Pero no sabemos cuántos simpatizantes Jesús tenía ni cuántas personas los principales sacerdotes habían juntado esa mañana ante Pilato (Mc 14.11). Sea como sea, Jesús había causado cierta desilusión en aquellas personas que esperaban que él restaurase el trono de David. Él no había proseguido, después de su entrada triunfal o de la purificación del Templo, convocando una insurrección. Por lo contrario, al responder a la pregunta provocativa sobre el pago de impuestos a los romanos, Jesús había dado una respuesta muy anti-revolucionaria: “Denle, pues, al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios” (Marcos 12.17). La figura sangrienta y quebrada del Jesús que Pilato presentó a la multitud era la exacta antítesis del Mesías conquistador que los judíos habían aprendido a esperar, y no es del todo improbable que Barrabás les pareciese un Mesías más simple y real que Jesús.

Los tradicionalistas y revisionistas, por igual, están de acuerdo de que Jesús fue crucificado por la autoridad romana. Pero, ¿qué sucedió con el cuerpo de Jesús después de su muerte?

Esa pregunta es crucial para poder responder la pregunta referente a quien realmente fue Jesús. Cuando NBC me habló para ser entrevistado para el programa “Los Últimos Días de Jesús”, le dije que lo haría sólo si ellos iban a estar discutiendo la resurrección de Jesús. Cuando el productor del programa dijo, “No, estaremos concluyendo en la crucifixión”, le dije, “Pues, entonces, supongo que ustedes realmente no van a estar hablando sobre los últimos días de Jesús, ¿cierto?” Ella respondió, “Entiendo lo que usted dice. Si no fuese por la resurrección, nadie se interesaría en hablar de los últimos días, ¿cierto?” Eso es absolutamente correcto. La resurrección de Jesús es la clave de su identidad.

Entonces, ¿Qué sucedió con el cadáver de Jesús? John Dominic Crossan supone que probablemente los soldados romanos lo bajaron de la cruz y los arrojaron en una tumba de tierra poco profunda, en la cual se pudrió o fue consumido por perros salvajes. Pero no solamente no existen evidencias para esa conjetura colorida, sino que las prácticas y las sensibilidades judías referentes a las sepulturas la contradicen. Diferente a la conjetura de Crossan, permítanme resumir cuatro hechos con los cuales concuerdan la mayoría de los críticos del Nuevo Testamento que han escrito sobre este tema.

Hecho #1: Después de su crucifixión, Jesús fue sepultado en una tumba por José de Arimatea. Este hecho es altamente significativo, ya que eso quiere decir que la ubicación del sitio de la tumba de Jesús era conocida tanto a judíos como a cristianos por igual. En ese caso, se hace inexplicable cómo podría surgir y florecer la creencia en su resurrección frente a una tumba que contenía su cadáver. Según el fallecido John A. T. Robinson de la Universidad de Cambridge, la sepultura honorable de Jesús es "uno de los más tempranos y mejor atestados hechos acerca de Jesús”.

Hecho #2: El domingo después de la crucifixión, la tumba de Jesús fue encontrada vacía por un grupo de sus seguidoras. Jacob Kremer, un especialista austriaco en la resurrección, dice, "Hasta ahora, la mayoría de los exegetas sostiene firmemente la fiabilidad de las declaraciones bíblicas acerca de la tumba vacía”. Como D. H. Van Daalen señala, “es extremadamente difícil argumentar en contra de la tumba vacía por razones históricas. Esas personas que la niegan, lo hacen, por suposiciones teológicas o filosóficas”.

Hecho #3: En múltiples ocasiones y bajo varias circunstancias, distintos individuos y grupos de personas experimentaron apariciones de Jesús con vida después de su muerte. Este es un hecho que es reconocido casi universalmente entre los eruditos del Nuevo Testamento de hoy. Incluso Gert Lüdemann (quizá el crítico de la Resurrección más prominente en la actualidad) admite, "puede tomarse como históricamente cierto que Pedro y los discípulos tuvieron experiencias después de la muerte de Jesús, en las cuales Jesús se les apareció como el Cristo resucitado”.


Hecho #4: Los discípulos originales creyeron que Jesús había sido levantado de entre los muertos, a pesar de tener todos los motivos para no creerlo. A pesar de tener toda predisposición a su contrario, es un hecho innegable de la historia que los discípulos originales creían, proclamaron y estaban dispuestos a ir a la muerte por causa de la resurrección de Jesús. C.F.D. Moule de la Universidad de Cambridge concluye que tenemos aquí una creencia que nada en términos de influencias históricas anteriormente puede explicar, aparte de la propia resurrección.

Cualquier historiador responsable que procure, pues, proporcionar una explicación del tema debe lidiar con estos cuatros hechos independientemente establecidos: la sepultura honorable de Jesús, el descubrimiento de su tumba vacía, sus apariciones con vida después de su muerte y el propio origen de la creencia de los discípulos en su resurrección; y así del propio cristianismo. Quiero hacer énfasis de que estos cuatro hechos representan, no sólo las conclusiones de los eruditos conservadores, ni he hecho referencia a conservadores, sino que representan la perspectiva mayoritaria de la erudición neo-testamentaria de hoy. La pregunta es: ¿cuál es la mejor manera de explicar estos hechos?

Ahora bien, eso pone al crítico escéptico en una situación un poco desesperada. Por ejemplo, unos años atrás participé en un debate sobre la historicidad de la resurrección de Jesús con un profesor en la Universidad de California en Irvine. Él había escrito su disertación doctoral sobre el tema y yo estaba completamente familiarizado con la evidencia. Él no pudo negar los hechos de la sepultura honorable de Jesús, su tumba vacía, sus apariciones después de la muerte y el origen de la creencia de los discípulos en la resurrección. Por lo tanto, su único recurso fue salir con alguna explicación alternativa de esos hechos. Pues, entonces, él argumentó diciendo que Jesús tenía un desconocido hermano gemelo idéntico que fue separado de él en su nacimiento, quien luego regresó a Jerusalén en el momento de la crucifixión, se robó el cuerpo de Jesús de la tumba, y se presentó a los discípulos, quienes equivocadamente infirieron que Jesús había resucitado de entre los muertos. No me tomaré la molestia explicar cómo refuté dicha teoría, pero pienso que esa teoría es instructiva porque muestra a qué distancia de desesperación debe ir el escepticismo para poder negar la historicidad de la resurrección de Jesús. De hecho, la evidencia es tan poderosa que uno de los principales teólogos judíos de hoy, Pinchas Lapide, se declaró estar convencido en base a la evidencia de que ¡el Dios de Israel levantó a Jesús de entre los muertos!

En resumen, las evidencias no apoyan las alegaciones de los historiadores revisionistas. Por lo contrario, tenemos fundamentos sólidos para pensar que Jesús de Nazaret no sólo afirmó ser el divino Hijo del Hombre, el Hijo del Dios y el Mesías Judío, afirmaciones que provocaron su condenación por la corte judía y, en última instancia, le llevó a su crucifixión, sino que también esas afirmaciones eran verdaderas porque Dios le resucitó de entre los muertos. Así como los primeros discípulos predicaron, Tú “no permitirás que tu santo sufra corrupción” (Hechos 2.27). Dios ha actuado en la historia y podemos saber sobre eso.