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#309 Conocimiento Local de la Tumba Vacía de Jesús

April 20, 2013
P

¡Saludos Dr. Craig!

Leí algunos de sus artículos que tratan con la resurrección de Jesús y quisiera agradecerle antes de nada por su gran labor y esfuerzo.

Aún así me fijé de algo, por lo menos en las obras que leí: que había un argumento específico que no parecía tratarse, el cual mi profesor de Nuevo Testamento quien no cree en la tumba vacía, una vez utilizó en contra de la resurrección corporal de Jesús. El argumento era el siguiente: Si el lugar de la tumba de Jesús le era conocido a los discípulos, ellos se hubiesen recordado y era muy posible que el lugar se hubiera convertido en un tipo de destino de peregrinación desde temprano. Sin embargo, no hay evidencia para dicha cosa; de modo que no es posible que los discípulos supieran de la tumba. Por lo tanto, ellos no pudieron saber si la tumba estaba vacía o no.

¿Cuál es su opinión sobre este asunto?

Muchas gracias,

Simon

United States

Respuesta de Dr. Craig


R

Pienso que podemos concordar que si el lugar del sepulcro de Jesús hubiese sido conocido en Jerusalén y que sus huesos continuaban estando allí, entonces posiblemente esa tumba se hubiera convertido en un tipo de destino de peregrinación desde temprano para cualquier tipo de movimiento de Jesús que continuara en existencia. Por supuesto, cualquier movimiento de ese tipo hubiese tenido que ser muy diferente al movimiento de Jesús que en efecto existió después de su muerte, ya que este se fundó sobre la creencia en su resurrección. Tal vez, Jesús hubiese sido recordado por sus admiradores como un mártir judío de quien ellos reverenciaban su tumba.

El hecho de que eso no haya sucedido no nos debería llevar a dudar de que se conociera el lugar de la sepultura de Jesús, tomando en cuenta la evidencia muy fuerte a favor de la historicidad del sepelio de Jesús en una tumba que hizo José de Arimatea, evidencia la cual he presentado en mi obra publicada y que ha convencido a la gran mayoría de eruditos de la historicidad de la tumba de Jesús. Más bien, eso nos debería llevar a dudar de que sus huesos siguieron estando allí. Si la tumba estaba vacía, entonces el cementerio no hubiese tenido ningún tipo de significado religioso que tenían las tumbas de los reyes y mártires judíos.

Pero seguramente, usted podría decir, la tumba vacía de Jesús hubiese tenido significado como el lugar donde sucedió su resurrección. Eso es verdad; pero no hay razón para pensar que el lugar no era atesorado como tal en la memoria de la iglesia en Jerusalén. Por el contrario, tenemos buena razón para pensar que la tumba que yace hoy dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, de hecho, es la tumba real en la cual José enterró a Jesús de Nazaret.

El relato de cómo se descubrió esa tumba es fascinante. Llegando al poder en el 324 como el primer emperador cristiano, Constantino tenía un celo de promover el cristianismo. Él estuvo a cargo, por ejemplo, de convocar el Concilio de Nicea en el año 325, donde se promulgó el Credo de Nicea. Él le dio acceso ilimitado a los fondos públicos a su madre Helena para localizar reliquias de la tradición Judea-cristiana. En los años del 326-28 Helena, ya entonces de edad de más de 70 años, hizo un viaje a Palestina. Al llegar a Jerusalén, preguntó de donde se encontraba la tumba de Jesús. Los residentes de allí le señalaron un lugar donde había estado situado un Templo a Afrodita por más de un siglo. Eusebio reporta que Constantino, al saber de esto, ordenó que destruyera el templo.

Aquí tampoco se detuvo el celo del emperador, sino que dio ordenes adicionales de que los materiales de lo fue destruido (del Templo a Afrodita), tanto la roca como la madera de allá, debían ser removidas y arrojadas lo más lejos del lugar posible. Esta orden fue ejecutada con rapidez. Sin embargo, el emperador no estuvo satisfecho con haber llegado tan lejos: una vez más, calentado con un ardor santo, él ordenó de que la tierra misma debía de ser desenterrada a una profundidad considerable y que se fuera transportado el terreno, el cual había sido contaminado por las impurezas repugnantes de la adoración demoníaca, a un lugar muy lejos. Eso también fue hecho sin demora. Pero tan pronto como la superficie original de la tierra, debajo de la cubierta de la tierra, apareció, de inmediato y contrario a todas las expectativas, se descubrió el venerado y reverenciado monumento de la resurrección de nuestro Señor. Entonces, esta santísima cueva sí presenta una similitud fiel de su regreso a la vida, en que, después de estar enterrado en la oscuridad, él surgió de nuevo a la luz y les proporcionó a todos los que fueron a testificar el lugar una prueba clara y visible de las maravillas de lo que ese sitio había sido una vez la escena: un testimonio de la resurrección del Salvador más claro que cualquier voz pudiera dar.

Aquí tenemos una tradición muy antigua referente al lugar de la tumba de Jesús. Había una memoria de la tumba de Jesús en el sitio antes de la construcción del templo pagano allí. La exactitud de esa memoria se hace probable, en primer lugar, por el hecho de que el lugar que se identificó estaba dentro de los muros que existían en Jerusalén, a pesar de que el Nuevo Testamento dice que el sitio yace afuera de los muros. Las personas no tenían conocimiento del lugar de la localización de los muros de la ciudad antes del año 70, cuando Jerusalén fue destruido y de esa manera no se dieron cuenta de que la localización identificada, de hecho, estaba afuera de los muros que existían en el tiempo de la muerte de Jesús. En segundo lugar, la memoria estaba vindicada por el hecho de que después que excavaron el lugar, ¡he aquí, encontraron una tumba!

Por lo tanto, no es del todo improbable que la iglesia primitiva en Jerusalén se recordara del sitio de la sepultura de Jesús y que ese sitio sea conocido hoy. Por el contrario, sostener que la iglesia primitiva en Jerusalén no sabía de la ubicación de la sepultura de Jesús va a requerir que nosotros digamos que el relato de la sepultura de Jesús y de la tumba vacía son leyendas que se desarrollaron tarde, lo cual contradice las múltiples líneas de evidencia a favor de lo temprano de estas dos tradiciones.

- William Lane Craig